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febrero 16, 2010

Ser mujer en la posmodernidad

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Paulina G. Mogrovejo Rengel

La posmodernidad sitúa al ser humano en una suerte de relativismo histórico social. Dudar de la historia, de la cultura, de la ciencia, de la religión, de la economía, vivir el momento, interpretar la realidad desde el sujeto, el consumismo, los pequeños ídolos, la sustitución de la ideología por la imagen, la pérdida de la intimidad o la vida que se convierten en un show mediático, la búsqueda de lo inmediato, el culto al cuerpo y la liberación personal, la pluralidad de opciones, la pérdida de fe en el poder público o la despreocupación ante la injusticia, son valores en esta nueva sociedad.

Por otra parte, ser mujer, desde la perspectiva biológica, significa unidad y diversidad, desde la perspectiva cultural, se determina a partir de su rol histórico. Al principio en la comunidad primitiva era la matriarca, en el esclavismo, se consideraba un ser inferior al hombre, de igual calidad que los esclavos; en el régimen feudal tenía funciones domésticas, en el capitalismo continúan las desigualdades materiales en el salario, en la estabilidad laboral, en el cuidado de los hijos, en los cargos de alta gerencia y en el acceso a bienes y servicios, pero en esta última etapa, en la Edad Moderna, las libertades, también femeninas, son ideal de progreso.

La modernidad es la promesa de fe en el conocimiento, en la moral, en la razón y la libertad. Con la modernidad, el mercado, el Estado y el Derecho son garantías que aseguran el desarrollo de las nuevas sociedades capitalistas. Y en efecto, si miramos en perspectiva, es en este sistema donde se han producido los mayores adelantos en la ciencia, en la cultura y en la tecnología, especialmente vinculada con la información y la comunicación.

Desafortunadamente, la acumulación de excedentes por la interacción mercantil se concentra en pocas manos y consecuentemente, los avances científicos, culturales y tecnológicos también, siendo las mujeres modernas doblemente excluidas en lo laboral, en lo tecnológico y en lo cultural. Entonces surge un rechazo a la modernidad como respuesta a la exclusión. La sociedad, incluidas las mujeres, que ya no creen en la lucha social, ni en el poder público, priorizan el hedonismo a la ideología, el ocio al trabajo, viven el momento, pierden su identidad, su historia, sus costumbres.

En medio de esta cultura que no es cultura, de esta filosofía que no es filosofía, ser mujer tiene que significar la recuperación del liderazgo, lograr que todos los días sean un ocho de marzo para la humanidad.